jueves, 7 de agosto de 2008

Fall

¡Buenos días!

El fin de semana pasado estuve bastante atareada haciendo de guía turístico de mis invitados, sí queridos, todavía están en casa. En mis idas y venidas con ellos he empezado a oler a otoño, nunca me había fijado en esta estación del año, puesto que mis estaciones favoritas siempre fueron la primavera y el verano. Me gustan el sol y sus días alargados, las noches tórridas del verano y las fragancias florales que estallan en las calles a partir del mes de abril. Por supuesto que el mes de septiembre siempre me pareció maravilloso, con sus tonos dorados y su apaciguado ritmo de fin de vacaciones. Pero el sentimiento, la toma de contacto, la visión, el olor, todo el micro-macro mundo otoñal se me vino encima al mirar las hojas de un árbol. Las vi enmarcadas en ocre, oliendo a densidad y vejez, lo éfimero de la vida apareció ante mis ojos para desvanecerse en un suspiro. Quise huir, aunque me fue imposible apartarme de la belleza profunda de esas hojas pendiendo de la brevedad.

Volví a mi verano norteño, a mis visitas culturales, a mis cócteles habituales y mi vida muelle, pero la semilla del otoño me había dado que pensar; posiblemente aquel árbol no fuera el culpable de mis cavilaciones, diría que la cercanía del otoño me ha llegado a través de personas, quizás mis invitados.

Creo que necesito darme una vuelta por un centro comercial y regalarme alguna fruslería, volver a ser una chica verano, frívola. Me asustan los presagios del otoño.

Bye!